26 septiembre, 2006
HENRIK IBSEN
Fragmentos - Casa de muñecas

Acto I, Escena primera
Al levantarse el telón, suena un campanillazo en elrecibidor. ELENA, que se encuentra sola, poniendo en orden los muebles se apresura a abrir la puerta derecha,por donde entra NORA, en traje de calle y con varios paquetes, seguida de un Mozo con un árbol de Navidad y una cesta. NORA tararea mientras coloca los paquetes sobre la mesa de la derecha. El Mozo entrega a ELENA el árbol de Navidad y la cesta.
NORA:Esconde bien el árbol de Navidad, Elena. Los niños nodeben verlo hasta la noche, cuando esté arreglado. (Al mozo, sacando el portamonedas). ¿Cuánto le debo?
EL MOZO:Cincuenta céntimos.
NORA:Tome una corona. Lo que sobra, para usted. (El mozo saluda y se va. Nora cierra la puerta. Continúa sonriendo alegremente mientras se despoja del sombrero y del abrigo. Después saca del bolsillo un cucurucho de almendras y
come dos o tres, se acerca de puntillas a la puerta izquierda del fondo y escucha). ¡Ah! Está en el despacho. (Vuelve a tatarear, y se dirige a la mesa de la derecha).
HELMER (Dentro):¿Es mi alondra la que gorjea?
NORA (Abriendo paquetes):Sí.
HELMER:¿Es mi ardilla la que alborota?
NORA:¡Sí!
HELMER:¿Hace mucho tiempo que ha venido la ardilla?
NORA:Acabo de llegar. (Guarda el cucurucho de confites en el bolsillo y se limpia la boca). Ven aquí, Torvaldo; mira las compras que he hecho.
HELMER:No me interrumpas. (Poco después abre la puerta, y aparece con la pluma en la mano, mirando en distintas direcciones). ¿Comprado dices? ¿Todo eso? ¿Otra vez ha encontrado la niñita modo de gastar dinero?
NORA:¡Pero, Torvaldo!Este año podemos hacer algunos gastos más. Es la primera Navidad en que no nos vemos obligados a andar con escaseces.
HELMER. Sí..., pero tampoco podemos derrochar...
NORA: Un poco, Torvaldo, un poquitín, ¿no? Ahora que vas a cobrar un sueldo crecido, y que ganarás mucho, mucho dinero...
HELMER: Sí, a partir de Año Nuevo; pero pasará un trimestre antes de percibir nada...
NORA:¿Y eso qué importa? Mientras tanto se pide prestado.
HELMER:¡Nora! (Se acerca a Nora, a quien en broma toma de una oreja. ¡Siempre esa ligereza! Supón que pido prestadas hoy mil coronas, que tú las gastas durante las fiestas de Navidad,que la víspera de año me cae una teja en la cabeza, yque...
NORA (Poniéndole la mano en la boca):Cállate, y no digas esas cosas.
HELMER:Pero figúrate que ocurriese. ¿Y entonces?
NORA:Si sucediera tal cosa..., me daría lo mismo tener deudasque no tenerlas.
HELMER:¿Y las personas que me hubieran prestado el dinero?
NORA:Quién piensa en ellas? Son personas extrañas.
HELMER: Nora, Nora, eres una verdadera mujer. En serio, mujer, ya sabes mis ideas respecto de este punto. Nada de deudas; nada de préstamos. En la casa que depende de deudas y préstamos se introduce una especie de esclavitud, cierta cosa de mal cariz que previene. Hasta ahora nos hemos hecho firmes, y seguiremos haciendo otro tanto durante el tiempo de prueba que nos queda.
NORA (Acercándose a la chimenea):Bien, como tú quieras, Torvaldo.
HELMER (Siguiéndola):Vamos, vamos, la alondra no debe andar alicaída.¿Qué?¿Ahora salimos con que la ardilla tuerce el gesto? (Abre su portamonedas). Nora, adivina qué tengo aquí.
NORA (Volviéndose con rapidez):Dinero.
HELMER:Mira. (Entregándole algunos billetes). ¡Dios mío! Hay muchos gastos en una casa cuando se acerca Navidad.
NORA (Contando):Diez, veinte, treinta, cuarenta; ¡gracias, Torvaldo! Con esto ya tengo para ir tirando.
HELMER:No habrá más remedio.
NORA:Se hará así, descuida. Pero ven aquí. Voy a enseñarte todo lo que he comprado, y ¡tan barato! Mira: un traje nuevo para Iván y, un sable; un caballo con una trompeta para Bob, y una muñeca con una cama para Emmy. Claro que es muy sencillo, porque en seguida se rompe. Y aquí, delantales y telas para las, muchachas. La buena Mariana merecía mucho más que esto, pero...
HELMER:Y en ese paquete, ¿qué hay?
NORA (Profiriendo un ligero grito):No, Torvaldo, eso no lo verás hasta la noche.
HELMER:Bien, bien. Pero dime, manirrotita, ¿qué te gustaría a ti?
NORA:¡Bah! ¿Me preocupo acaso de mí?
HELMER:Lo creeré, si te empeñas. Vamos, dime algo que te tiente,una cosa razonable.
NORA:Realmente... no sé. Y eso que..., oye, Torvaldo...
HELMER:Veamos.
NORA (Jugueteando con los botones de la americana de Helmer, pero sin mirarlo): Si estás decidido a regalarme algo, podrías... podrías...
HELMER: Vamos, acaba.
NORA (De un tirón): Podrías darme dinero, Torvaldo. ¡Oh!, pocacosa, aquello de que puedas disponer, con eso me compraría algo.
HELMER: Pero, Nora...
NORA: ¡Vaya que sí! Lo vas a hacer, Torvaldito. Te lo ruego.Colgaré el dinero del árbol envuelto en un papel doradomuy bonito. ¿No hará buen efecto?
HELMER: ¿Cómo se llama el pájaro que está despilfarrando siempre?
NORA: Sí, sí, el estornino, ya lo sé. Pero haz lo que te digo, Torvaldo; así tendré tiempo para pensar en algo útil. ¿No es lo más razonable,di?
HELMER (Sonriendo):Si supieras emplear el dinero que te doy y comprar
efectivamente alguna cosa, sí, pero desaparece en la casa, se evapora en mil pequeñeces, y luego tengo que volver aaflojar la bolsa.
NORA: ¡Qué cosas tienes, Torvaldo!
HELMER: Es la pura verdad, Norita mía. (Le rodea la cintura con un brazo). El estornino es muy precioso, pero necesita tanto dinero... ¡Es increíble lo que le cuesta a un hombre poseer un estornino!
NORA: ¡Anda! ¿Cómo te atreves a decir eso? Yo ahorro cuanto puedo.
HELMER: ¡Oh!, eso es indudable. Todo lo que puedes, sólo que no puedes nada.
NORA (Tarareando y sonriendo alegremente): ¡Si supieras tú cuántos gastos tenemos las alondras y ardillas!
HELMER: Eres una criatura original. Lo mismo que tu padre, quien lleno de celo y voluntad se afanaba para ganar dinero, y a ti, como a él, tan pronto como lo tienes, se te escurre de las manos y no sabes nunca a dónde va a parar. En fin, hay quetomarte como eres. Sí, sí, Nora, esas cosas son hereditarias, indudablemente.
NORA: Bien quisiera haber heredado muchas cualidades de papá.
HELMER: Yo te quiero como eres, querida alondra. (Pausa). Pero oye; teencuentro hoy no sé cómo... Tienes una cara así.... un poco sospechosa.
NORA: ¿Yo?
HELMER: Sí, tú. Mírame bien a los ojos. (Nora mira a Helmer). ¿Habrá hecho
esta locuela alguna escapatoria a la ciudad?
NORA:No. ¿Por qué dices eso?
HELMER:¿De veras no has metido la nariz de golosa en la confitería?
NORA: No, te lo aseguro, Torvaldo.
HELMER: ¿No has olido siquiera los dulces?
NORA: Ni pensarlo.
HELMER: ¿No has probado dos o tres almendras?
NORA:¡Que no! Torvaldo, te digo que no.
HELMER: Bien, mujer, bien; te lo digo en broma.
NORA (Acercándose a la mesa de la derecha): Ni en sueños podría ocurrírseme hacer nada que te desagrade. Puedes estar bien seguro.
HELMER: No, si lo sé. ¿No me lo has prometido?... (Aproximándose a Nora).
Vamos, guárdate tus misterios de Navidad, que nosotros ya los sabremos esta noche, cuando se descubra el árbol.
NORA: ¿Has pensado en invitar a comer al doctor Rank?
HELMER:No, ni hace falta, puesto que ya lo sabe. Sin embargo, lo invitarécuando venga. He encargado buen vino, Nora; no puedes túfigurarte la alegría y los deseos que tengo de que llegue la noche.
NORA: Lo mismo que me pasa a mí. ¡Y qué alegría la que van a tener los
niños, Torvaldo!
HELMER: ¡Ah! Es una delicia pensar que se ha llegado a una situación estable, asegurada, y se dispone con holgura de cuanto se necesita. ¿No es
una dicha inmensa pensarlo?
NORA: ¡Oh! Es maravilloso. Parece un sueño.
HELMER: ¿Te acuerdas de la última Navidad? Tres semanas antes, te encerrabas todas las noches hasta más allá de las doce, a hacer flores para el árbol de Navidad y a prepararnos otras mil sorpresas... ¡Uf! Es la época más aburrida de que me acuerdo.
NORA: Pues yo no me aburría.
HELMER (Sonriendo): Sin embargo, el resultado fue bastante deplorable, Nora.
NORA: ¡Bueno! ¿Todavía vas a hacerme rabiar con eso? ¿Tengo yo la culpa de que entrara el gato y lo hiciese trizas todo?
HELMER: ¡Claro que no, Norita! ¿Cómo habías tú de tener la culpa? Tú tenías los mejores deseos de que nos divirtiéramos todos, y eso es lo importante. Pero bueno es que hayan pasado aquellos malos tiempos.
NORA: Es verdad; todavía no estoy bien convencida; ¡parece un sueño!
HELMER: Ahora ya no me aburriré encerrado a solas, ni tú tendrás que atormentar tus hermosos ojos y tus lindas manitas.
NORA (Batiendo palmas): No, ¿verdad que no, Torvaldo? ¡Qué gusto, Dios mío! (Toma del brazo a Helmer). Ahora voy a decirte cómo he pensado que nos arreglemos, después que pasen las Navidades... (Se oye llamar). Llaman.(Ordena la habitación). Vendrá alguien. ¡Qué fastidio!
HELMER (Disponiéndose para entrar al despacho): Si es una visita, acuérdate de que no estoy para nadie.
Fragmento de Casa de Muñecas, de Henri Ibsen, Pehuén Editores, 2001.
Ana alejandre
Anecdotario de Henrik Ibsen

Anecdotario de Henrik Ibsen
Herik Ibsen tenía fama de no ser muy aficionado a la vida social ni a los compromisos que la misma conlleva. Por ese motivo, cuando se veía obligado a asistir a alguna recepción o velada social, procuraba mantenerse al margen de lo que allí sucediera, por lo que permanecía sentado en un rincón, absorto en sus propios pensamientos, sin dar pie a tener que verse involucrado en las conversaciones que allí se mantuvieran. Sin embargo, en una ocasión de esas, una señora, asistente a la reunión se dirigió hacia él con deseos de entablar conversación con tal insigne dramaturgo y le preguntó, a modo de introducción del coloquio que esperaba inciar con Ibsen:
- He leído su Peer Gynt, pero debo confesarle que no he sido capaz de comprender todo el sentido de ese personaje. ¿Sería usted tan amable de explicármelo?
-Lo siento, pero no puedo -respondió el dramaturgo, secamente.
-¿Pero es que usted no conoce el significado de uno de sus personajes? -respondió la señora asombrada.
-Señora, cuando escribí Peer Gynt sólo Dios y yo conocíamos el significado de dicho personaje. Yo lo he olvidado completamente. Tendrá que pregúntelselo a Dios
Le preguntaron en cierta ocasión a Henril Ibsen qué pensaba de los experimentos científicos llevados a cabo a costa de la vida y el sufrimiento de los animales. Ibsen se lo pensó un momento y dijo:
Me parece bien que la ciencia avance; pero es inexcusable para los científicos torturar animales. Deberían hacer sus experimentos con periodistas y políticos.
.
Un amigo le preguntó a Henrik Ibsen el motivo de por qué había colocado una fotografía de su rival sueco, August Sttrindberg, en la pared de detrás de su mesa de trabajo, a lo que Ibsen respondió:
-Es mi enemigo mortal y se quedará ahí, mirándome mientras escribo.
Herik Ibsen tenía sobre la mesa una colección muy completa de figuras de animales de bronce, Un amigo que le visitaba se los alabó.:
-¡Bonita colección!
-La necesito -respondió Ibsen.
-¿Para qué?
-No sé trabajar si no veo a mis personajes. Esos tres son los protagonistas de lo que estoy escribiendo ahora -Ibsen señaló un avestruz, un cerdo y una hiena que estaban separados del resto.
-¿ Un cerdo, una hiena y un avestruz,? -le preguntó, sorprendido, el amigo.
-Sí, dos hombres y una mujer. El cerdo y la hiena son los dos hombres; el avestruz es la mujer. ¿No ve el drama? Piense en conocidos suyos: un hombre que sea un cerdo, otro que sea una hiena y una mujer que sea el avestruz.Júntelos en determinadas circunstancias y surgirá el drama.
En otra ocasión Ibsen iba caminando por la alle y vió a una multitud de personas agrupadas, mirando a un determinado cartel. Como se había olvidado las gafas en casa y no podía leer sin ellas, le preguntó a uno de los que estaban al lado:
-¿Qué dice el cartel?.
-Pues no lo sé -respondió el aludido-. Yo tampoco sé leer.
Henrik Ibsen trabajó en su juventud como dependiente de una farmacia, Un campesino que lo conoció en esa época relató la anécdota acaecida cuando el campesino en cuestión acudió a la farmacia donde trabajaba el dramaturgo para que le dispensaran dos recetas, una para su esposa y otra para una vaca de su propiedad. .Ibsen, parece ser que, al entregarles los medicamentos recetados, le adivirtió al campesino, no se sabe si en serio o en broma:
-No se confunda: esta medicación es para su esposa y ésta es para la vaca. Si se equivocara podría ser perjudicial... para la vaca.
Dicho esto, le entregó las medicinas y siguió con su tarea tranquilamente
Ana Alejandre
© Copyright 2006. Todos los derechos reservados
Bibliografía

Bibliografía sobre Henrik Ibsen
Los libros más abajo reseñados son los consultados y muy recomendables para quienes deseen ampliar datos sobre Henrik Ibsen y su obra., teniendo en cuenta que están relacionados por orden cronológico de su publicación, a excepción del de lengua inglesa.
El mundo moderno, de Malcolm Bradbury, Editorial Edhasa, Barcelona:, 1990. Estupendo estudio sobre Ibsen, completo, actual y riguroso, además de ameno.
Extraterritorial. de George Steiner, Editorial Lumen, 1973., Barcelona: Análisis original en su planteamiento y excelente estudio sobre la influencia de Ibsen en las nuevas corrientes teatrales del siglo XX.
El teatro de Ibsen a Brecht, de William Raymond. Ed- .Santiago Rueda, Buenos Aires, 1968. éste es un estudio completo sobre el teatro, pero que dedica un apartado especial a Ibsen y su obra. Excelente y recomendable para los aficionados al teatro.
Ibsen.Wilson Knight, G, Meuthen, 1962, Londres: Este es el libro fundamental sobre la obra de Ibsen, según la crítica. (en inglés).
Ibsen, de A Michael Meyer, . Biography. Londres: Oxford University Press, 1967. Ésta se considera a biografía más completa. (en inglés)..
Otras obras generales con referencias a Ibsen:
Anecdotario Universal de cabecera, de Gregorio Doval, Ediciones del Prado, Madrid, 2003.
Diccionario General de citas, de Gregorio doval, Ediciones del Prado, Madrid, 1994.
Ana Alejandre.
Citas de Henrik Ibsen

Citas de Henrik Ibsen
Si lo dieses todo menos la vida, has de saber que no habrías dado nada.
¿No créis que nos vemos obligados a enseñar una gran cantidad de cosas en la cuales ni nosotros mismos creemos?
Nuestra sociedad es masculina, y hasta que no entre en ella la mujer no será humana.
Nunca lleves tus mejores pantalones cuando salgas a luchar por la paz y la libertad.
La belleza es el acuerdo entre el contenido y la forma
Un verdadero espíritu de rebeldía es aquel que busca la felicidad en esta vida.
Lo trascendental es la revolución del espíritu humano.
Pueden prohibirme seguir mi camino, pueden intentar forzar mi voluntad. Pero no pueden impedirme que, en el fondo de mi alma, elija a una o a otra.
Vivir es luchar contra los demonios del corazón y del cerebro. Escribir es pronunciar sobre sí el juicio final.
Donde no hay fuerza no hay misión. Si no puedes ser lo que eres, sé lo que puedas con seriedad.
¡Yo soy mi propia sombra...!
Grande o pequeño, todo hombre es poeta si sabe ver el ideal, más allá de sus actos.
No se graban tanto mil palabras como un solo hecho.
¿Qué es la belleza? Una convención, una moneda que tiene curso en un tiempo y en un lugar.
La belleza es el acuerdo entre el contenido y la forma.
La mayoría nunca tiene razón.
No se graban tanto mil palabras como un solo hecho.
Si dudas de ti mismo, estás vencido de antemano
El hombre más fuerte del mundo es el que está más solo.
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Vínculos de Enrik Ibsen

Vínculos a webs sobre Henrik Ibsen
Estos vínculos sólo son una pequeña parte de los que existen en la web sobre Henrik Ibsen, aunque son muchos más los que existen en diferentes lenguas a la española, por lo que sirvan éstos a modo de ejemplo, destacando en nengrita dos de los más interesantes sobre este genial dramaturgo:
http://www.noruega.org.ar/culture/performing/centenario+Ibsen+(art.oficial).htm
(excelente web sobre crítica teatral )
http://www.escueladeletras.com/actualidadliteraria/2283.html
http://aula.elmundo.es/aula/noticia.php/2006/06/12/aula1149873875.html
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1843
http://www.alternativateatral.com/ficha_persona.asp?codigo_persona=3428
Libros de Ibsen de venta en internet (algunas de las muchas posibles direcciones):
http://www.elcorteingles.es/libros/secciones/buscador/buscasolo_f.asp?guiafacil=henrik+ibsen&Vignette=S&inicializar=&textfieldName=
http://www.casadellibro.com/busquedas/quickResults/0,,1-a-henrik%20ibsen,amp;amp;amp;amp;amp;amp;amp;amp;amp;cFo=true&rOd=&NotQue
Otros enlaces de Ana Alejandre

A continuación, se relacionan otros enlaces a blogs y webs de la autora de este blog ,con una breve referencia a su contenido. Todos ellos han sido creados a partir de abril de 2006. Los que tienen un asterisco fueron creados el pasado 25 de septiembre.
http://www.anaalejandre.com
(dominio dedicado a la literatura en general y con textos varios de su autora) Actualización mensual
http://www.ana-alejandre-avuelapluma.blogspot.com
(literatura de escritores hispanohablantes y textos propios) Actualización quincena.
http://www.abecedarioalejandrino.blogspot.com
(comentarios sobre política, exculsivamente) Actualización quincenal
http://www.alejandralia.blogspot.com
(monográficos sobre aficiones: cine, música, pintura, fotografía, viajes, etc.) Actualización bimensual
http://www.internalia.blogspot.com
(monográficos sobre escritores no hispanohablantes) .Actualización bimensual
http://www.anaalejandre.blogspot.com * (Actualización quincenal.)
(crónicas, comentarios, críticas y plácemes sobre la actualidad no política)
http://www.epistolarium.blogspot.com * (Actualización quincenal)
(cartas abiertas a personajes públicos, instituciones y personas anónimas de actualidad).
05 julio, 2006
MILAN KUNDERA

Milan Kundera, Vida y obra
Milan Kundera nació en 1929 en Brno y estudió en el Carolinum de Praga .Es un reconocido novelista checoslovaco, poeta, dramaturgo y escritor de relatos cortos. En sus obras se combinan el humor, el erotismo y una feroz crítica política.
Fue profesor de Historia del Cine en la Academia de Música y Arte Dramático desde 1959 a 1969, y posteriormente en el Instituto de Estudios Cinematográficos también de Praga. Además trabajó en oficios tan dispares como los de jornalero y músico de jazz. Tras la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968, sus obras fueron prohibidas además de que perdió su trabajo . En 1975, consiguió emigrar a Francia, donde enseñó Literatura comparada en la Universidad de Rennes (1975-1980), y posteriormente en la École des Hautes Études de París.
En sus primeras novelas, entre las que se encuentran La broma (1967) y El libro de los amores ridículos (1968) ataca con ironía al modelo de sociedad comunista. Entre sus obras posteriores cabe citar El libro de la risa y el olvido (1979), unas memorias que provocaron la pérdida de su ciudadanía checa, y la novela La insoportable levedad del ser (1984), excelente narración de una historia de amor nacida entre la represión y la burocracia y que fue llevada al cine con éxito, además de haberse convertido en un texto clave de la historia de la disidencia en el este de Europa, situando a su autor entre los principales escritores del continente. Sus últimos trabajos incluyen La inmortalidad (1990), La lentitud (1995) y La ignorancia (2000).
En la actualidad sigue escribiendo y dedicado totalmente a su labor de crítico feroz del comunismo que sirve siempre como telón de fondo a todas sus obras.
© Copyright 2006. Todos los derechos reservados.
Milan Kundera y la inspiración

Cómo desencadena ideas el escritor Milan Kundera
Kundera nos cuenta parte de su proceso:
“En La insaportable levedad del ser, Teresa vive con Tomás, pero su amor exige tal movilización de sus fuerzas que, de pronto, no puede más y quiere dar marcha atrás, "hacia abajon, hacia el lugar de donde vino. Y me pregunto: ¿qué le pasa a ella? Y encuentro la respuesta: ha sido presa de un vértigo. Pero ¿qué es el vértigo? Busco la definición y digo: "el embriagador, el insuperable deseo de caer". Pero me corrijo inmediatamente, preciso la definición: "También podríamos llamarlo la borrachera de la debilidad: Uno se percata de su debilidad y no quiere luchar contra ella, sino entregarse. Está borracho de su debilidad, quiere ser aún más débil, quiere caer en medio de la plaza, ante los ojos de todos, quiere estar abajo y aún más abajo que abajo" . El vértigo es una de las claves para comprender a Teresa. No es la clave para comprendernos a usted o a mí: Sin embargo, usted y yo conocemos esta especie de vértigo al menos como nuestra posibilidad, una de las posibilidades de la existencia. Me fue preciso inventar a Teresa, un "ego experimental", para comprender esta posibilidad, para comprender el vértigo.
No son únicamente las situaciones personales las que se cuestionan, toda la novela no es más que una larga interrogación. La interrogación meditativa es la base sobre la que están construidas todas mis novelas”.
Nota.- El texto entrecomillado ha sido publicado en la obra “Taller de Escritura”, Vol. Secretos y Recursos de la Creatividad, Salvat Editores, S.A.
Retazos de Milan Kundera

Se exponen una serie de pequeños fragmentos de seis obras significativas de este autor:
Milan Kundera
El libro de la risa y el olvido (fragmento)
" La borró de la fotografía de su vida no porque no la hubiese amado, sino, precisamente, porque la quiso. La borró junto con el amor que sintió por ella. La gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad, el futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo. Los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al laboratorio en el que se retocan las fotografías y se rescriben las biografías y la historia. "
La Inmortalidad (fragmento)
La broma (fragmento)
(…)
A pesar de mi escepticismo me ha quedado algo de superstición. Por ejemplo esta extraña convicción de que todas las historias que en la vida ocurren tienen además un sentido, significan algo. Que la vida, con su propia historia dice algo sobre sí misma, que nos devela gradualmente alguno de sus secretos, que está ante nosotros como un acertijo que es necesario resolver. Que las historias que en nuestra vida vivimos son la mitología de esa vida, y que en esa mitología está la clave de la verdad y del secreto. Que es una ficción? Es posible, es incluso probable, pero no soy capaz de librarme de esta necesidad de descifrar permanentemente mi propia vida. "
La insoportable levedad del ser (fragmento)
(...)
Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada. Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. "
La vida está en otra parte (fragmento)
(....)
El hombre que ha sido desterrado del refugio seguro de la infancia, quiere entrar en el mundo, pero, al mismo tiempo, le teme, y por eso crea con sus versos uno artificial, supletorio. Deja que sus poemas giren en torno a él, como las plantas lo hacen alrededor del sol; se convierte en el centro de un pequeño universo, en el que nada le es extraño, en el que se siente en su casa, como el niño dentro de la madre, pues todo está hecho de la misma materia que su alma. Allí es donde puede realizar todo eso que afuera es tan dificil; allí puede, como el estudiante Olker, ir con las masas proletarias a la revolución, y como el virginal Rimbaud, azotar a sus pequeñas amantes, pero esas masas y esas amantes no están hechas de la materia hostil de un mundo extraño, sino de la materia de sus propios sueños; son, por lo tanto, lo mismo que él y no interfieren la unidad del universo que ha construido para sí mismo. "
La inmortalidad (fragmento)
-(...) No hace mucho tiempo iba por una calle totalmente insignificante de París y me encontré con una mujer de Hamburgo a la que hacía veinticinco años veía casi a diario y a la que luego perdí completamente de vista. Iba por esa calle sólo porque había bajado del metro por error una estación antes. Y ella había venido a pasar tres días en París y se había perdido. ¡Nuestro encuentro tenía una probabilidad en un millón!-¿Cuál es tu método para calcular la probabilidad de los encuentros entre las personas?-¿Tú conoces algún método?-No. Y lo lamento -dije-. Es curioso, pero la vida humana nunca ha sido sometida a investigación matemática. Fijate por ejemplo en el tiempo. Desearía que existiese un método experimental que mediante electrodos fijos a la cabeza de la gente investigase el porcentaje de su vida que el hombre dedica a los recuerdos y el que dedica al futuro. Así conoceríamos quién es realmente el hombre en relación con el tiempo. Qué es el tiempo humano. Y seguro que podríamos determinar tres tipos básicos de hombre, según la forma de tiempo dominante en él. Y para volver a las casualidades ¿acaso podemos decir algo en serio sobre la casualidad en la vida sin una investigación matemática? Pero lamentablemente la matemática existencial no existe.-La matemática existencial. Una idea excelente -dijo Avenarrus y se quedó pensativo. Luego añadió: En todo caso, se tratase de una posibilidad en un millón o de una posibilidad en un billón, el encuentro fue absolutamente improbable y precisamente en esa improbabilidad residía su valor. Porque la matemática existencial, que no existe, establecería probablemente la siguiente ecuación: el valor de una casualidad es igual a su tasa de improbabilidad.-Encontrar inesperadamente en medio de París a una mujer hermosa a la que hacía años no veías... -dije recreándome en la idea.-No sé por qué supones que era hermosa. Era la encargada de la guardarropía de la cervecería a la que yo iba todos los días y el club de jubilados le consiguió una excursión de tres días a París. Cuando nos reconocimos, nos miramos sin saber qué hacer. Casi con la desesperación que siente un niño sin piernas cuando gana en una tómbola una bicicleta. Como si los dos supiéramos que nos habían regalado una casualidad enormemente valiosa que, sin embargo, no nos iba a servir para nada. Nos parecía que alguien se estaba riendo de nosotros y a los dos nos daba vergüenza.
Citas de Milan Kundera

Escribo por el placer de contradecir y por la felicidad de estar solo contra todos.
El conocimiento es la única moralidad de una novela.
Quien busque el infinito que cierre los ojos.
El erotismo es como un baile: uno siempre lleva al otro.
La lucha del ser humano contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.
Todas las grandes novelas, las verdaderas novelas, son bisexuales.
El hombre desdichado busca un consuelo en la mezcla de su pena con la pena de otro.
El optimismo es el opio del pueblo.
Soledad: una dulce ausencia de miradas.
La felicidad es el anhelo por la repetición.
Desprecia la literatura en la que los autores delatan todas sus intimidades y las de sus amigos. La persona que pierde su intimidad, lo pierde todo.
Librerías virtuales

Se relacionan, a continuación cinco direcciones de librerías online donde se pueden adquirir los libros de Milan Kundera editados en España hasta el momento.
http://www.booksfactory.com/writers/kundera_es.htm
http://www.casadellibro.com/fichas/fichaautores/0,1463,KUNDERA32MILAN,00.html
http://www.lacentral.com/wlc.html?wlc=31&seleccion=305
24 mayo, 2006
Nueva presentación de Internalia

El próximo día 5 de julio se actualizará este blog.
Nueva Presentación
Este blog cambia de rumbo pero no de nombre, ya que Internalia será, a partir de ahora, el lugar donde en el apartado Escritores sin fronteras se expondrán la biografía y obras de aquellos autores extranjeros, vivos o muertos, de lengua no hispana y que son escritores sin fronteras por la calidad literaria de su obra, independientemente de su nacionalidad, época o estilo literario, al igual que Internet es el medio de comunicación que ha roto todas las fronteras que impedían la comunicación directa y rápida entre los pueblos.
Aparecerán en el apartado Enlaces a todas y cada una de las páginas que existen en internet, en diferentes lenguas, sobre los escritores que desfilarán por Internalia. Además de ello, ofrecerá en las diferentes secciones como Fragmentos los retazos de alguno de los textos del escritor en cuestión o algún texto breve del mismo, así como cartas. También en Novedades del autor se ofrecerán un resumen especial de noticias sobre el escritor tratado en cada ocasión, en el caso de que viva, con sus últimas publicaciones, entrevistas, comentarios y demás sucesos que se refieran al mismo. Cuando se ael caso de escritores fallecidos, se expondrán todas las obras publicadas en español y los lugares donde pueden ser adquiridas. En el apartado de Citas se mostrarán las citas más significativas de cada autor. También en Eventos se relacionará, si los hubiera, las celebraciones, congresos, forums, debates, etc, que por motivo de alguna efemérides relacionada con el autor se celebraran, con fechas y direcciones, por considerarlas de interés para los lectores en general.
Todo lo anterior está dedicado a los lectores interesados por el mundo de las letras y que desfilen por estas páginas que sólo tratan de acercar un poco más las grandes figuras de la literatura mundial a un público lector, el de Internet, que sienta curiosidad y atracción por conocer más de quienes, a través de sus obras, nos ofrecieron una visión más completa y acertada del mundo en el que vivimos.
Cada vez, Internalia, tratará a un autor ,con extensa información sobre el mismo, a modo de monográfico, en sus diferentes apartados, teniendo siempre como referente a la nacionalidad extranjera no hispanohablante, la calidad literaria del personaje en cuestión y la posibilidad añadida de poder consultar, a través de los vínculos aquí mostrados, otras webs tanto de instituciones públicas o privadas como de autores anónimos, que completarán la información aquí ofrecida.
Con ese ánimo de entretener e informar sobre el mundo de la literatura y sus múltiples creadores, nace Internalia en su segunda trayectoria y que ahora mismo comienza ofreciendo su espacio como primer autor protagonista del mismo a Samuel Beckett, del que se ha cumplido este año el primer centenario de su nacimiento y es una de las figuras cumbres de la literatura universal por su extraordinaria personalidad y su talento creador.
Seas, por lo tanto, bienvenido a estas páginas de nuevo diseño y contenido y espero que en ellas encuentres algo que sea de tu interés porque con ese propósito han sido hechas, esperando que con tu visita de ahora y del futuro, si así lo desearas, refrendes la bienvenida que desde ahora te doy.
Cordialmente.
Ana Alejandre.
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SAMUEL BECKKET

Retazos - El expulsado

No era alta la escalinata. Mil veces conté los escalones, subiendo, bajando; hoy, sin embargo, la cifra se ha borrado de la memoria. Nunca he sabido si el uno hay que marcarlo sobre la acera, el dos sobre el primer escalón, y así, o si la acera no debe contar. Al llegar al final de la escalera, me asomaba al mismo dilema. En sentido inverso, quiero decir de arriba abajo, era lo mismo, la palabra resulta débil. No sabía por dónde empezar ni por dónde acabar, digamos las cosas como son. Conseguía pues tres cifras perfectamente distintas, sin saber nunca cuál era la correcta.Y cuando digo que la cifra ya no está presente, en la memoria, quiero decir que ninguna de las tres cifras está presente, en la memoria. Lo cierto es que si encuentro en la memoria, donde seguro debe estar, una de esas cifras, sólo encontraré una, sin posibilidad de deducir, de ella, las otras dos. E incluso si recuperara dos no por eso averiguaría la tercera. No, habría que en contrar las tres, en la memoria, para poder conocerlas, todas, las tres. Mortal, los recuerdos. Por eso no hay que pensar en ciertas cosas, cosas que te habitan por dentro, o no, mejor sí, hay que pensar en ellas porque si no pensamos en ellas, corremos el riesgo de encontrarlas, una a una, en la memoria. Es decir, hay que pensar durante un momento, un buen rato, todos los días y varias veces al día, hasta que el fango las recubra, con una costra infranqueable. Es un orden.Después de todo, lo de menos es el número de escalones. Lo que había que retener es el hecho de que la escalinata no era alta, y eso lo he retenido. Incluso para el niño, no era alta, al lado de otras escalinatas que él conocía, a fuerza de verlas todos los días de subirlas y bajarlas, y jugar en los escalones, a las tabas y a otros juegos de los que he olvidado hasta el nombre. ¿Qué debería ser pues para el hombre, hecho y derecho?La caída fue casi liviana. Al caer oí un portazo, lo que me comunicó un cierto alivio, en lo peor de mi caída. Porque eso significaba que no se me perseguía hasta la calle, con un bastón, para atizarme bastonazos, ante la mirada de los transeúntes. Porque si hubiera sido ésta su intención no habrían cerrado la puerta, sino que la hubieran dejado abierta, para que las personas congregadas en el vestíbulo pudieran gozar del castigo, y sacar una lección. Se habían contentado, por esta vez, con echarme, sin más. Tuve tiempo, antes de acomodarme en la burla, de solidificar este razonamiento.En estas condiciones, nada me obligaba a levantarme en seguida. Instalé los codos, curioso recuerdo, en la acera, apoyé la oreja en el hueco de la mano y me puse a reflexionar sobre mi situación, situación, a pesar de todo, habitual. Pero el ruido, más débil, pero inequívoco, de la puerta que de nuevo se cierra, me arrancó de mi distracción, en donde ya empezaba a organizarse un paisaje delicioso, completo, a base de espinos y rosas salvajes, muy onírico, y me hizo levantar la cabeza, con las manos abiertas sobre la acera y las corvas tensas. Pero no era más que mi sombrero, planeando hacia mí, atravesando los aires, dando vueltas. Lo cogí y me lo puse. Muy correctos, ellos, con arreglo al código de su Dios. Hubieran podido guardar el sombrero, pero no era suyo, sino mío, y me lo devolvían. Pero el encanto se había roto.¿Cómo describir el sombrero? ¿Y para qué? Cuando mi cabeza alcanzó sus dimensiones, no diré que definitivas, pero si máximas, mi padre me dijo, Ven, hijo mío, vamos a comprar tu sombrero, como si existiera desde el comienzo de los siglos, en un lugar preciso. Fue derecho al sombrero. Yo no tenía derecho a opinar, tampoco el sombrerero. Me he preguntado a menudo si mi padre no se propondría humillarme, si no tenía celos de mí, que era joven y guapo, en fin, rozagante, mientras que él era ya viejo e hinchado y violáceo. No se me permitiría, a partir de ese día concreto, salir descubierto, con mi hermosa cabellera castaña al viento. A veces, en una calle apartada, me lo quitaba y lo llevaba en la mano, pero temblando. Debía llevarlo mañana y tarde. Los chicos de mi edad, con quien a pesar de todo me veía obligado a retozar de vez en cuando, se burlaban de mí. Pero yo me decía, El sombrero es lo de menos, un mero pretexto para enredar sus impulsos, como el brote más, más impulsivo del ridículo, porque no son finos. Siempre me ha sorprendido la escasa finura de mis contemporáneos, a mí, cuya alma se retorcía de la mañana a la noche tan sólo para encontrarse. Pero quizá fuera una forma de amabilidad, como la de cachondearse del barrigón en sus mismísimas narices. Cuando murió mi padre hubiera podido liberarme del sombrero, nada me lo impedía, pero nada hice. Pero, ¿cómo describirlo? Otra vez, otra vez.Me levanté y eché a andar. No sé qué edad podía tener entonces. Lo que acababa de suceder no tenía por qué grabarse en mi existencia. No fue ni la cuna ni la tumba de nada. Al contrario: se parecía a tantas otras cunas, a tantas otras tumbas, que me pierdo. Pero no creo exagerar diciendo que estaba en la flor de la edad, lo que se llama me parece la plena posesión de las propias facultades. Ah sí, poseerlas poseerlas, las poseía. Atravesé la calle y me volví hacia la casa que acababa de expulsarme, yo, que nunca me volvía, al marcharme. ¡Qué bonita era! Geranios en las ventanas. Me he inclinado sobre los geranios, durante años. Los geranios, qué astutos, pero acabé haciéndoles lo que me apetecía. La puerta de esta casa, aúpa sobre su minúscula escalinata, siempre la he admirado, con todas mis fuerzas. ¿Cómo describirla? Espesa, pintada de verde, y en verano se la vestía con una especie de funda a rayas verdes y blancas con un agujero por donde salía una potente aldaba de hierro forjado y una grieta que corresponde a la boca del buzón que una placa de cuero automático protegía del polvo, los insectos, las oropéndolas. Ya está. Flanqueada por dos pilastras del mismo color, en la de la derecha se incrusta el timbre. Las cortinas respiraban un gusto impecable. Incluso el humo que se elevaba de uno de los tubos de la chimenea, el de la cocina, parecía estirarse y disiparse en el aire con una melancolía especial, y más azul. Miré al tercero y último piso, mi ventana, impúdicamente abierta. Era justo el momento de la limpieza a fondo. En algunas horas cerrarían la ventana, descolgarían las cortinas y procederían a una pulverización de formol. Los conozco. A gusto moriría en esta casa. Vi, en una especie de visión, abrirse la puerta y salir mis pies. Miraba sin rabia, porque sabía que no me espiaban tras las cortinas, como hubieran podido hacer, de apetecerles. Pero les conocía. Todos habían vuelto a sus nichos y cada uno se aplicaba en su trabajo. Sin embargo no les había hecho nada.Conocía mal la ciudad, lugar de mi nacimiento y de mis primeros pasos, en la vida, y después todos los demás que tanto han confundido mi rastro. ¡Si apenas salía! De vez en cuando me acercaba a la ventana, apartaba las cortinas y miraba fuera. Pero en seguida volvía al fondo de la habitación, donde estaba la cama. Me sentía incómodo, aplastado por todo aquel aire, y perdido en el umbral de perspectivas innombrables y confusas. Pero aún sabía actuar, en aquella época, cuando era absolutamente necesario. Pero primero levanté los ojos al cielo, de donde nos viene la célebre ayuda, donde los caminos no aparecen marcados, donde se vaga libremente, como en un desierto, donde nada detiene la vista, donde quiera que se mire, a no ser los límites mismos de la vista. Por eso levanto los ojos, cuando todo va mal, es incluso monótono pero soy incapaz de evitarlo, a ese cielo en reposo, incluso nublado, incluso plomizo, incluso velado por la lluvia, desde el desorden y la ceguera de la ciudad, del campo, de la tierra. De más joven pensaba que valdría la pena vivir en medio de la llanura, iba a la landa de Lunebourg. Con la llanura metida en la cabeza iba a la landa. Había otras landas más cercanas, pero una voz me decía, Te conviene la landa de Lunebourg, no me lo pensé dos veces. El elemento luna tenía algo que ver con todo eso. Pues bien, la landa de Lunebourg no me gustó nada, lo que se dice nada. Volví decepcionado, y al mismo tiempo aliviado. Sí, no sé por qué, no me he sentido nunca decepcionado, y lo estaba a menudo, en los primeros tiempos, sin a la vez, o en el instante siguiente, gozar de un alivio profundo.Me puse en camino. Qué aspecto. Rigidez en los miembros inferiores, como si la naturaleza no me hubiera concedido rodillas, sumo desequilibrio en los pies a uno y otro lado del eje de marcha. El tronco, sin embargo, por el efecto de un mecanismo compensatorio, tenía la ligereza de un saco descuidadamente relleno de borra y se bamboleaba sin control según los imprevisibles tropiezos del asfalto. He intentado muchas veces corregir estos defectos, erguir el busto, flexionar la rodilla y colocar los pies unos delante de otros, porque tenía cinco o seis por lo menos, pero todo acababa siempre igual, me refiero a una pérdida de equilibrio, seguida de una caída. Hay que andar sin pensar en lo que se está haciendo, igual que se suspira, y yo cuando marchaba sin pensar en lo que hacía marchaba como acabo de explicar, y cuando empezaba a vigilarme daba algunos pasos bastante logrados y después caía. Decidí abandonarme. Esta torpeza se debe, en mi opinión, por lo menos en parte, a cierta inclinación especialmente exacerbada en mis años de formación, los que marcan la construcción del carácter, me refiero al período que se extiende, hasta el infinito, entre las primeras vacilaciones, tras una silla, y la clase de tercero, término de mi vida escolar. Tenía pues la molesta costumbre, habiéndome meado en el calzoncillo, o cagado, lo que me sucedía bastante a menudo al empezar la mañana, hacia las diez diez y media, de empeñarme en continuar y acabar así mi jornada, como si no tuviera importancia. La sola idea de cambiarme, o de confiarme a mamá que no buscaba sino mi bien, me resultaba intolerable, no sé por qué, y hasta la hora de acostarme me arrastraba, con entre mis menudos muslos, o pegado al culo, quemando, crujiendo y apestando, el resultado de mis excesos. De ahí esos movimientos cautos, rígidos y sumamente espatarrados, de las piernas, de ahí el balanceo desesperado del busto, destinado sin duda a dar el pego, a hacer creer que nada me molestaba, que me encontraba lleno de alegría y de energía, y a hacer verosímiles mis explicaciones a propósito de mi rigidez de base, que yo achacaba a un reumatismo hereditario. Mi ardor juvenil, en la medida en que yo disponía de tales impulsos, se agotó en estas manipulaciones, me volví agrio, desconfiado, un poco prematuramente, aficionado de los escondrijos y de la postura horizontal. Pobres soluciones de juventud, que nada explican. No hay por qué molestarse. Raciocinemos sin miedo, la niebla permanecerá.Hacía buen tiempo. Caminaba por la calle, manteniéndome lo más cerca posible de la acera. La acera más ancha nunca es lo bastante ancha para mí, cuando me pongo en movimiento, y me horroriza importunar a desconocidos. Un guardia me detuvo y dijo, La calzada para los vehículos, la acera para los peatones. Parecía una cita del antiguo testamento. Subí pues a la acera, casi excusándome, y allí me mantuve, en un traqueteo indescriptible, por lo menos durante veinte pasos, hasta el momento en que tuve que tirarme al suelo, para no aplastar a un niño. Llevaba un pequeño arnés, me acuerdo, con campanillas, debía creerse un potro, o un percherón, por qué no. Le hubiera aplastado con gusto, aborrezco a los niños, además le hubiera hecho un favor, pero temía las represalias. Todos son parientes, y es lo que impide esperar. Se debía disponer, en las calles concurridas, una serie de pistas reservadas a estos sucios pequeños seres, para sus cochecitos, aros, biberones, patines, patinete, papás, mamás, tatas, globos, en fin toda su sucia pequeña felicidad. Caí pues y mi caída arrastró la de una señora anciana cubierta de lentejuelas y encajes y que debía pesar unos sesenta quilos. Sus alaridos no tardaron en provocar un tumulto. Confiaba en que se había roto el fémur, las señoras viejas se rompen fácilmente el fémur, pero no basta, no basta. Aproveché la confusión para escabullirme, lanzando imprecaciones ininteligibles, como si fuera yo la víctima, y lo era, pero no hubiera podido probarlo. Nunca se lincha a los niños, a los bebés, hagan lo que hagan son inocentes a priori. Yo los lincharía a todos con suma delicia, no digo que llegara a ponerles las manos encima, no, no soy violento, pero animaría a los demás y les pagaría una ronda cuando hubieran acabado. Pero apenas recuperé la zarabanda de mis coces y bandazos me detuvo un segundo guardia, parecidísimo al primero, hasta el punto de que me pregunté si no era el mismo. Me hizo notar que la acera era para todo el mundo, como si fuera evidente que a mí no se me podía incluir en tal categoría. ¿Desea usted, le dije, sin pensar un sólo instante en Heráclito, que descienda al arroyo? Baje si quiere, dijo, pero no ocupe todo el sitio. Apunté a su labio superior, que tenía por lo menos tres centímetros de alto, y soplé encima. Lo hice, creo, con bastante naturalidad, como el que, bajo la presión cruel de los acontecimientos, exhala un profundo suspiro. Pero no se inmutó. Debía estar acostumbrado a autopsias, o exhumaciones. Si es usted incapaz de circular como todo el mundo, dijo, debería quedarse en casa. Lo mismo pensaba yo. Y que me atribuyera una casa, mía, no tenía por qué molestarme. En ese momento acertó a pasar un cortejo fúnebre, como ocurre a veces. Se produjo una enorme alarma de sombreros al tiempo que un mariposear de miles y miles de dedos. Personalmente si me hubiera contentado con persignarme hubiera preferido hacerlo como es debido, comienzo en la nariz ombligo, tetilla izquierda, tetilla derecha. Pero ellos con sus roces precipitados e imprecisos, te hacen una especie de crucificado en redondo, sin el menor decoro, las rodillas bajo el mentón y las manos de cualquier manera. Los más entusiastas se inmovilizaron soltando algunos gemidos. El guardia, por su parte se cuadró, con los ojos cerrados, la mano en el kepi. En las berlinas del cortejo fúnebre entreveía gente departiendo animadamente, debían evocar escenas de la vida del difunto, o de la difunta. Me parece haber oído decir que el atavío del cortejo fúnebre no es el mismo en ambos casos, pero nunca he conseguido averiguar en qué consiste la diferencia. Los caballos chapoteaban en el barro soltando pedos como si fueran a la feria. No vi a nadie de rodillas.Pero para nosotros todo va rápido, el último viaje, es inútil apresurarse, el último coche nos deja, el del servicio, se acabó la tregua, las gentes reviven, ojo. De forrna que me detuve por tercera vez, por decisión propia, y tomé un coche. Los que acababa de ver pasar, atestados de gente que departía animadamente debieron impresionarme poderosamente. Es una caja negra grande, se bambolea sobre sus resortes, las ventanas son pequeñas, se acurruca uno en un rincón, huele a cerrado. Noto que mi sombrero roza el techo. Un poco después me incliné hacia delante y cerré los cristales. Después recuperé mi sitio, de espaldas al sentido de la marcha. Iba a adormecerme cuando una voz me sobresaltó, la del cochero. Había abierto la portezuela, renunciando sin duda a hacerse oír a través del cristal. Sólo veía sus bigotes. ¿Adónde?, dijo. Había bajado de su asiento exclusivamente para decirme esto. ¡Y yo que me creía ya lejos! Reflexioné, buscando en mi memoria el nombre de una calle, o de un monumento. ¿Tiene usted el coche en venta?, dije. Añadí, Sin el caballo. ¿Qué haría yo con un caballo? ¿Y qué haría yo con un coche? ¿Podría al menos tumbarme? ¿Quién me traería la comida? Al Zoo, dije. Es raro que no haya Zoo en una capital. Añadí, No vaya usted muy de prisa. Se rió. La sola idea de poder ir al Zoo demasiado aprisa parecía divertirle. A menos que no fuera la perspectiva de encontrarse sin coche. A menos que fuera simplemente yo, mi persona, cuya presencia en el coche debía metamorfosearlo, hasta el punto de que el cochero, al verme con la cabeza en las sombras del techo y las rodillas contra el cristal, había llegado quizá a preguntarse si aquél era realmente su coche, si era realmente un coche. Echa rápido una mirada al caballo, se tranquiliza. Pero ¿sabe uno mismo alguna vez por qué ríe? Su risa de todas formas fue breve, lo que parecía ponerme fuera del caso. Cerró de nuevo la portezuela y subió otra vez al pescante. Poco después el caballo arrancó.Pues sí, tenía aún un poco de dinero en aquella época. La pequeña cantidad que me dejara mi padre, como regalo, sin condiciones, a su muerte, aún me pregunto si no me la robaron. Muy pronto me quedé sin nada. Mi vida no por eso se detuvo, continuaba, e incluso tal y como yo la entendía, hasta cierto punto. El gran inconveniente de esta situación, que podía definirse como la imposibilidad absoluta de comprar, consiste en que le obliga a uno a espabilarse. Es raro, por ejemplo, cuando realmente no hay dinero, conseguir que le traigan a uno algo de comer, de vez en cuando, al cuchitril. No hay más remedio entonces que salir y espabilarse, por lo menos un día a la semana. No se tiene domicilio en esas condiciones, es inevitable. De ahí que me enterara con cierto retraso de que me estaban buscando, para un asunto que me concernía. Ya no me acuerdo por qué conducto. No leía los periódicos y tampoco tengo idea de haber hablado con alguien, durante estos años, salvo quizás tres o cuatro veces, por una cuestión de comida. En fin algo debió llegarme, de un modo o de otro si no no me hubiera presentado nunca al Comisario Nidder, hay nombres que no se olvidan, es curioso, y él no me hubiera recibido nunca. Comprobó mi identidad. Esto le llevó un buen rato. Le enseñé mis iniciales de metal en el interior del sombrero, no probaban nada pero limitaban al menos las posibilidades. Firme, dijo. Jugaba con una regla cilíndrica, con la que se hubiera podido matar un buey. Cuente, dijo. Una mujer joven, quizá en venta, asistía a la conversación, en calidad de testigo sin duda. Me metí el fajo en el bolsillo. Se equivoca, dijo. Tenía que haberme pedido que los contara antes de firmar, pensé, hubiera sido más correcto. ¿Dónde le puedo encontrar, dijo, si llega el caso? Al bajar las escaleras pensaba en algo. Poco después volvía a subir para preguntarle de dónde me venía ese dinero, añadiendo que tenía derecho a saberlo. Me dijo un nombre de mujer, que he olvidado. Quizá me había tenido sobre sus rodillas cuando yo estaba aún en pañales y le había hecho carantoñas. A veces basta con eso. Digo bien, en pañales, porque más tarde hubiera sido demasiado tarde, para las carantoñas. Gracias pues a este dinero tenía todavía un poco. Muy poco. Si pensaba en mi vida futura era como si no existiera, a menos que mis previsiones pecaran de pesimistas. Golpeé contra el tabique situado junto a mi sombrero, en la misma espalda del cochero si había calculado bien. Una nube de polvo se desprendió de la guata del forro. Cogí una piedra del bolsillo y golpeé con la piedra, hasta que el coche se detuvo. Noté que no se produjo aminoración de la marcha, como acusan la mayoría de los vehículos, antes de inmovilizarse. No, se paró en seco. Esperaba. El coche vibraba. El cochero, desde la altura del pescante, debía estar escuchando. Veía el caballo como si lo tuviera delante. No había tomado la actitud de desánimo que tomaba en cada parada, hasta en las más breves, atento, las orejas en alerta. Miré por la ventana, estábamos de nuevo en movimiento. Golpeé de nuevo el tabique, hasta que el coche se detuvo de nuevo. El cochero bajó del pescante echando pestes. Bajé el cristal para que no se le ocurriera abrir la portezuela. Más de prisa, más de prisa. Estaba más rojo, violeta diría yo. La cólera, o el viento de la carrera. Le dije que lo alquilaba por toda la jornada. Respondió que tenía un entierro a las tres. Ah los muertos. Le dije que ya no quería ir al Zoo. Ya no vamos al Zoo, dije. Respondió que no le importaba adónde fuéramos, a condición de que no fuera muy lejos, por su animal. Y se nos habla de la especificidad del lenguaje de los primitivos. Le pregunté si conocía un restaurante. Añadí, Comerá usted conmigo Prefiero estar con un parroquiano, en esos sitios. Había una larga mesa con una banqueta a cada lado de la misma longitud exactamente. A través de la mesa me habló de su vida, de su mujer, de su animal, después otra vez de su vida, de la vida atroz que era la suya, a causa sobre todo de su carácter. Me preguntó si me daba cuenta de lo que eso significaba, estar siempre a la intemperie. Me enteré de que aún existían cocheros que pasaban la jornada bien calentitos en sus vehículos estacionados, esperando que el cliente viniera a despertarlos. Esto podía hacerse en otra época, pero hoy había que emplear otros métodos, si se pretendía aguantar hasta finalizar sus días. Le describí mi situación, lo que había perdido y lo que buscaba. Hicimos los dos lo que pudimos, para comprender, para explicar. Él comprendía que yo había perdido mi habitación y que necesitaba otra, pero todo lo demás se le escapaba. Se le había metido en la cabeza, y no hubo modo de sacárselo, que yo andaba buscando una habitación amueblada. Sacó del bolsillo un periódico de la tarde de la víspera, o quizá de la antevíspera, y se impuso el deber de recorrer los anuncios por palabras, subrayando cinco o seis con un minúsculo lapicillo, el mismo que temblaba sobre los futuros agraciados de un sorteo. Subrayaba sin duda los que hubiera subrayado de encontrarse en mi lugar o quizás los que se remitían al mismo barrio, por su animal. Sólo hubiera conseguido confundirle si le dijera que no admitía, en cuanto a muebles, en mi habitación, más que la cama, y que habría que quitar todos los demás, la mesilla de noche incluida, antes de que yo consintiera poner los pies en el cuarto. Hacia las tres despertamos el caballo y nos pusimos de nuevo en marcha. El cochero me propuso subir al pescante a su lado, pero desde hacía un rato acariciaba la idea de instalarme en el interior del coche y volví a ocupar mi sitio. Visitamos, una tras otra, con método supongo, las direcciones que había subrayado. La corta jornada de invierno se precipitaba hacia el fin. Me parece a veces que son éstas las únicas jornadas que he conocido, y sobre todo este momento más encantador que ninguno que precede al primer pliegue nocturno. Las direcciones que había subrayado, o más bien marcado con una cruz, como hace la gente del pueblo, las tachaba, con un trago diagonal, a medida que se revelaban inconvenientes. Me enseñó el periódico más tarde, obligándome a guardarlo yo entre mis cosas, para estar seguro de no buscar otra vez donde ya habíamos buscado en vano. A pesar de los cristales cerrados, los chirridos del coche y el ruido de la circulación, le oía cantar, completamente solo en lo alto de su alto pescante. Me había preferido a un entierro, era un hecho que duraría eternamente. Cantaba. Ella está lejos del país donde duerme su joven héroe, son las únicas palabras que recuerdo. En cada parada bajaba de su asiento y me ayudaba a bajar del mío. Llamaba a la puerta que él me indicaba y a veces yo desaparecía en el interior de la casa. Me divertía, me acuerdo muy bien, sentir de nuevo una casa a mi alrededor, después de tanto tiempo. Me esperaba en la acera y me ayudaba a subir de nuevo al coche. Empecé a hartarme del cochero. Trepaba al pescante y nos poníamos en marcha otra vez. En un momento dado se produjo lo siguiente. Se detuvo. Sacudí mi somnolencia y articulé una postura, para bajar. Pero no vino a abrir la portezuela y a ofrecerme el brazo, de modo que tuve que bajar solo. Encendía las linternas. Me gustan las lámparas de petróleo, a pesar de que son, con las velas, y si exceptúo los astros, las primeras luces que conocí. Le pregunté si me dejaba encender la segunda linterna, puesto que él había encendido ya la primera. Me dio su caja de cerillas, abrió el pequeño cristal abombado montado sobre bisagras, encendí y cerré en seguida, para que la mecha ardiera tranquila y clara, calentita en su casita, al abrigo del viento. Tuve esta alegría. No veíamos nada, a la luz de las linternas, apenas vagamente los volúmenes del caballo, pero los demás les veían de lejos, dos manchas amarillas lentamente sin amarras flotando. Cuando los arreos giraban se veía un ojo, rojo o verde según los casos, rombo abombado límpido y agudo como en una vidriera.Cuando verificamos la última dirección el cochero me propuso presentarme en un hotel que conocía, en donde yo estaría bien. Es coherente, cochero, hotel es verosímil. Recomendado por él no me faltaría nada. Todas las comodidades, dijo, guiñando un ojo. Sitúo esta conversación en la acera, ante la casa de la que yo acababa de salir. Recuerdo, bajo la linterna, el flanco hundido y blando del caballo y sobre la portezuela la mano del cochero, enguantada en lana. Mi cabeza estaba más alta que el techo del coche. Le propuse tomar una copa. El caballo no había bebido ni comido en todo el día. Se lo hice notar al cochero que me respondió que su caballo no se repondría hasta que volviera a la cuadra. Cualquier cosa que tomara, aunque sólo fuera una manzana o un terrón de azúcar, durante el trabajo, le produciría dolores de vientre y cólicos que le impedirían dar un paso y que incluso podrían matarlo. Por eso se veía obligado a atarle el hocico, con una correa, cada vez que por una razón o por otra debía dejarle solo, para que no enterneciera el buen corazón de los transeúntes. Después de algunas copas el cochero me rogó que les hiciera el honor, a él y a su mujer, de pasar la noche en su casa. No estaba lejos. Reflexionando, con la célebre ventaja del retraso, creo que no había hecho, ese día, sino dar vueltas alrededor de su casa. Vivían encima de una cochera, al fondo de un patio. Buena situación, yo me habría contentado. Me presentó a su mujer, increíblemente culona, y nos dejó. Ella estaba incómoda, se veía, a solas conmigo. La comprendía, yo no me incomodo en estos casos. No había razones para que acabara o continuara. Pues que acabe entonces. Dije que iba a bajar a la cochera a acostarme. El cochero protestó. Insistí. Atrajo la atención de su mujer sobre una pústula que tenía yo en la coronilla, me había quitado el sombrero, por educación. Hay que procurar quitar eso, dijo ella. El cochero nombró un médico a quien tenía en gran estima y que le había curado de un quiste en el trasero. Si quiere acostarse en la cochera, dijo la mujer, que se acueste en la cochera. El cochero cogió la lámpara de encima de la mesa y me precedió en la escalera que bajaba a la cochera, era más bien una escalerilla, dejando a su mujer en la oscuridad. Extendió en el suelo, en un rincón, sobre la paja, una manta de caballo, y me dejó una caja de cerillas, para el caso de que tuviera necesidad de ver claro durante la noche. No me acuerdo lo que hacía el caballo entretanto. Tumbado en la oscuridad oía el ruido que hacía al beber, es muy curioso, el brusco corretear de las ratas y por encima de mí las voces mitigadas del cochero y su mujer criticándome. Tenía en la mano la caja de cerillas, una sueca tamaño grande. Me levanté en la noche y encendí una. Su breve llama me permitió descubrir el coche. Ganas me entraron, y me salieron, de prender fuego a la cochera. Encontré el coche en la oscuridad, abrí la portezuela, salieron ratas, me metí dentro. Al instalarme noté en seguida que el coche no estaba en equilibrio, estaba fijo, con los timones descansando en el suelo. Mejor así, esto me permitía tumbarme a gusto, con los pies más altos que la cabeza en la banqueta de enfrente. Varias veces durante la noche sentí que el caballo me miraba por la ventanilla, y el aliento de su hocico. Desatalajado debía encontrar extraña mi presencia en el coche. Yo tenía frío, olvidé coger la manta, pero no lo bastante como para levantarme a buscarla. Por lo ventanilla del coche veía la de la cochera, cada vez mejor. Salí del coche. Menos oscuridad en la cochera, entreveía el pesebre, el abrevadero, el arnés colgado, qué más, cubos y cepillos. Fui a la puerta pero no pude abrirla. El caballo me seguía con la mirada. ¿Así que los caballos no duermen nunca? Pensaba que el cochero tenía que haberle atado, al pesebre por ejemplo. Me vi, pues, obligado a salir por la ventana. No fue fácil. Y, ¿qué es fácil? Pasé primero la cabeza, tenía las palmas de las manos sobre el suelo del patio mientras las caderas seguían contorneándose, prisioneras del marco de la ventana. Me acuerdo del manojo de hierba que arranqué con las dos manos, para liberarme.Tenía que haberme quitado el abrigo y tirarlo por la ventana, pero no se puede estar en todo. En cuanto salí del patio pensé en algo. La fatiga. Deslicé un billete en la caja de cerillas, volví al patio y puse la caja en el reborde de la ventana por la que acababa de salir. El caballo estaba en la ventana. Pero después de dar unos pasos por la calle volví al patio y recuperé mi billete. Dejé las cerillas, no eran mías. El caballo seguía en la ventana. Estaba hasta aquí del caballo. El alba asomaba débilmente. No sabía dónde estaba. Tomé la dirección levante, supongo, para asomarme cuanto antes a la luz. Hubiera querido un horizonte marino, o desértico. Cuando salgo, por la mañana, voy al encuentro del sol, y por la noche, cuando salgo, lo sigo, casi hasta la mansión de los muertos. No sé por qué he contado esta historia. Igual podía haber contado otra. Por mi vida, veréis cómo se parecen.
Traductor
DEAN KOONTZ, EL ESCRITOR QUE PREDIJO EL COVID_19
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